jueves, 5 de junio de 2008

Cual mi explicación:

Análisis de Trilce, de César Vallejo



Trilce es el desmesurado hombre de una sombra que todo tiene al final, excepto principio. Con esto digo, tiene 77 poemas tan surrealistas como la condición humana, que contienen construcciones tan histriónicas que se olvidan de los signos que engendran, las exclamaciones más sublimes de los gestos. A veces, las preguntas también se olvidan de nacer.

El libro galantea por todos lados con formas que terminan de darle el sentido al poema para que carezca por completo de él. Las imágenes que propone se suceden las unas a las otras. Los espacios en blanco armonizan la pieza y desquician al lector, quien paulatinamente hace propios a los ayes y a los otros suspiros de los ayes que asoman cada tanto, circulando por esa sangre que hace funcionar el libro. Se sube y se baja y se sube y se baja, se enoja, se corre, se DILATA. Mayúsculas interrumpen por todos lados, irrumpen letras que naturalmente no son ordinarias en sus lugares de residencia, que son más fuertes que sus cuerpos, e irrumpen palabras que no son ni menores ni iguales a su especie. Algunas palabras son porfiadas, inventadas. Algunos inventos son divinas paradojas y otros, anagramas. Otros son solo de atrás para adelante. Son. Y eso es lo que se teje aquí. Sones de palabras y ruidos que no pueden entenderse más que chocándose y gastándose y afectando al que lee. Viajes infinitos y cada vez más desiguales que al principio. Se siente una morbosidad romántica, un aire de tiempo que va y viene por los renglones, cuando quiere y como tiempo. Impreciso como el solo. La muerte envuelve la obra, le hace sombra por las cuatro esquinas, a veces en persona, a veces en el doble sentido.

Renuncian los poemas a sus nombres, adoptan números que ordenan el espacio. Quién quiere un nombre cuando se tiene tantas personalidades? Si Trilce es una flor, o si Trilce es lo triste y lo dulce, es indiferente. No logrará inmutar ese pulso misterioso.


XLIII (Quién sabe se va a ti...)


Quién sabe que tan puntual será la madrugada que te depara, quién sabe si será de madrugada. Cuando llegue, no le hables más que con las manos. La muerte también se escapa de la vida, que es muerte.

Aprender a irse. Es inexorable irse. ¿Es inexorable irse?. No lo es aprender. ¿No lo es aprender? Uno se aprehende a irse, todo el tiempo. Ese quién sabe que va a ti, sabe por qué. Aunque te vayas. No se puede acusar a los desenlaces, menos si no se les acusó cuando desarrollos eran. ¿Dónde se empieza a construir y dónde se termina de destruir? ¿Cuándo se deja de salir y se comienza a entrar? ¿Qué puertas se cierran, cuáles quedan entreabiertas? Amiga de la muerte, la acaricias. Pero no por encargue, no por piedad, no con desgano. Acaricia porque ya sabes, acaricia cuando sepas. Entregate cuando te desconozcas a vos menos que a tus madrugadas. Anda solo cuando te ande el cuerpo y puedas mover cada uno de tus dedos.


Martina Mainardi

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