Después de habernos metido en largas discusiones (por lo menos dos clases enteras hablando sobre qué es la poesía para cada unos de nosotr@s, del compartir algunos ejemplos de lecturas que ya teníamos o de canciones populares), nos dedicamos a leer con cuidado algunas.
Se trata de un momento crucial del trabajo del año. Si bien tenemos una práctica previa en la escritura de comentario de textos literarios, se trata ahora de encaminarnos hacia una producción crítica más formalizada (siempre considerando que l@s que leen y escriben son jóvenes adolescentes, no profesionales del ámbito académico).
La lectura se realiza como por capas: una primera vez, que a veces -¿por qué no?- es la mejor, en la que según su inquietud van señalando lo que sienten que pueden compartir con sus compañer@s y conmigo: algun@s preguntan por lo que no entienden, otr@s señalan descubrimientos de cosas raras, otr@s reformulan lo que el poema (les) dice, algun@s se imaginan para ello la situación que estaba viviendo el autor/ la autora cuando lo escribió (o su estado de salud mental, je) y así por el estilo.
En general, elijo para este momento un poema muy breve, lo copio en el pizarrón y dejo espacio para ir tomando apuntes allí mismo, tirando flechas, a partir de los aportes. En esta toma de notas, voy organizando sus dichos en tipos de comentarios, según recurrencias y excepcionalidades. Queda implícito en esta tarea un criterio que corresponde al saber disciplinar específico: yo sé leer en sus comentarios unos saberes sobre convenciones genéricas, tradiciones en cuanto a prácticas de interpretación, saberes especializados para el análisis aprendidos previamente, y yo sé también de unas relaciones entre esos planos que me permiten disponer del espacio en el pizarrón de modo tal de preparar su gráfica.
Al final, ell@s ya se van dando cuenta de que sigo algún orden en mi escritura y van guiándome, explicándola, corrigiéndome si entendí mal el sentido de un comentario (ell@s saben qué entendí según dónde lo anoto). Si esto no se da de suyo, lo propicio y entonces, me corrigen ante la explicitació del código y ordenamos tod@s junt@s las notas. Este suele ser un momento de revisión, entre pares, sobre lo dicho y de discusiones incluso acaloradas.
Quien viera el pizarrón podría equivocar lo allí escrito con un torbellino de ideas. Lejos de eso, para mis alumn@s y para mí es una primera producción colectiva que nos incluye a cada uno con su identidad, de expasión y contenida a la vez, y que busca por tanto su orden textual (el torbellino apela a otro tipo de producción, más abierta a lo inconsciente, al pensamiento no controlado, aquí, en cambio, estamos casi todo el tiempo discutiendo sobre por qué se nos ocurren ciertas cosas y cómo llamar y relacionar a esas ideas). Cuando les queda copiar en sus carpetas pueden reproducir o no visualmente la disposición gráfica que quedó en el pizarrón porque de todos modos conocen su significado (han participado de su generación) y pueden reformularlo (en general, para esto, buscan confirmación: saben que hay una relación entre ese orden visual y los significados de ese aprendizaje).
En el diálogo que entablamos mientras van haciendo sus sugerencias voy dando nombres de figuras y recursos cuando los describen más acabadamente y eso siempre genera nuevos hallazgos de otr@s compañer@s en el mismo sentido.
En una segunda clase, se enfrentan a esos apuntes para recordar a qué observaciones sobre el poema se referían (los apuntes no son lo mismo que la idea completa, sus ejemplos, ni el poema integrado), a veces esto en pequeños grupos. Esto hecho, les propongo del modo más clásico que cada uno piense de qué le habla el poema, aquí y ahora: es una decisión, no algo obvio; el poema podría hablar de muchas cosas pero yo no leo todas, no muchas al mismo tiempo, tampoco, honestamente. (Personalmente, como docente, estoy requetearchisuperpodrida de esa cantilena de que "un poema -cualquier texto literario- tiene múltiples, infinitas lecturas posibles", que "cada quien lo lee como quiere" y que después nadie lea nada, en resumidas cuentas. Hacer una lectura es un enorme trabajo, así que a eso nos dedicamos.) Compartimos esos temas en una ronda y van haciendo un listado que implica reconocer diferentes nombres para aproximadamente la misma idea, o hacer distinciones sutiles cuando nombrar de otro modo no da lo mismo.
Y entonces, elijo uno al azar y le pregunto: ¿qué le dice sobre ese tema, el que él/ella mencionó, el poema?, por ejemplo, ¿que la soledad qué? Y empieza a contestarme y por ahí se le suman otr@s, claro. Entonces, anoto esa proposicion en el pizarrón. El poema x plantea que "la soledad" (o... un sujeto, digamos) "es un vicio" (o... un predicado, ¿no?). "El poema x representa a la soledad como un vicio" es otra versión y hay muchas formas posibles de escribirlo. Jugamos a inventar unas cuantas hasta que la cuestión (de la escritura) queda clara. Sobre esta primera oración, empezamos tod@s a llenarla de preguntas, de cosas que habría que explicar para de dónde fue que se nos ocurrieron (a esta altura esta proposición es de tod@s, no solo de quien la propuso inicialmente). En realidad, lo que hacemos es poner signos de interrogación a las palabras claves de la proposición y debajo con diversos pronombres interrogativos vamos desarrollando preguntas sobre ellas. Después, a veces, tiramos líneas para asociar tipos de preguntas o para ordenarlas según cierta lógica. Entonces explico que las respuestas a esas preguntas pueden ir construyendo el contenido de nuestra exposición del análisis del poema. Y que todo el texto en definitiva defienderá esa idea original que es nuestra hipótesis de lectura.
Diversos caminos pueden seguirse de esto:
a) Escribimos colectivamente ese texto en el pizarrón (toma dos clases, al menos). Para eso suelo sugerir de tarea que cada uno/a responda algunas de las preguntas "parciales" planteadas. Cuando encaramos esta minuciosa tarea aparece casi siempre un momento muy interesante, uno que podría llamar -parafraseando a María José Bravo cuando propone "prestar la lectura"- un "prestar la escritura". No siempre, pero cuando sé que puedo efectivamente decirlo con una imagen que les va a gustar, que puedo sintetizar sorprendentemente lo que a ell@s se les enreda -si no va a hacer una gran diferencia, no lo hago
ni ahí, ¿para qué molestarl@s?-, entonces, sí, pido permiso y borro y reescribo. En ese mismo momento o en una relectura de control, si ell@s no comentan nada (cosa rara, en general estallan en un "así no vale", o "yo no hubiera escrito nunca eso", etc.), les pregunto qué hay que ell@s no hubieran dicho así. Empezamos con esto un diálogo sobre lo que creemos que es correcto (generalmente lo complicado parece mejor dicho solo porque no se entiende, como si esta fuera una ¡maldita! -mal dicha- marca del saber); sobre permisos para explicar por medio de imágenes (otra forma de personalización de la escritura crítica, mucho más interesante y productiva que el "yo creo", "según mi opinión", que tratamos de evitar y sustituir por argumentos); sobre cosas que siempre les intrigan: el uso del punto y coma o de los dos puntos, la necesidad y la diversisdad de los conectores, entre otras.
b) Sobre la base de la misma tarea para el hogar, en pequeños grupos arman el texto ordenando las respuestas parciales y produciendo las que falten para dar coherencia al texto.
c) Alguna vez jugamos una suerte de cadáver exquisito pero de explicaciones: a cada "paso de la ronda", yo tiro una pregunta y ell@s reponden. Luego, el "disparate" resultante es motivo de una búsqueda de sentido (la proposición) que reordene en texto las ideas sobre el poema. (Esto es muy requetedifícil pero, más allá del resultado, se aprende sobre el orden de las ideas, sobre la búsqueda de coherencia en la escritura: que no alcanza con decir siempre todas cosas sobre el poema analizado, sino de construir sobre él una idea a lo largo de todo la exposición. Esta suele ser una pregunta motivadora: ¿qué idea querés dejar sobre el poema a través de tu texto?)
d) Sobre el modelo inicial de la proposición expuesta, cada uno vuelve individualmente o en duplas sobre el propio tema -o uno dicho por un compañero/ una compañera y que les interesae más que lo que ell@s habían pensado, también, ¿por qué no?) para elaborar una hipótesis personal; formular las preguntas a ella (para esto mejor que se ayuden entre compañer@s, por razones obvias: la necesidad de la presencia del otro que me lee y no me adivina); emprender la escritura del texto.
Esto último fue lo que hicimos este año, lo que está publicado sobre el poema "preguntas" de Juan Gelman, por acá cerca. (Por eso,
Solana dice con Daniela , en un momento parcial de la tarea, que "lo evaluaron desde la
obsesión" y destacan esta palabra, con la que se refieren su tema; y en el título del trabajo de
Kevin, Matías y Laura está el cuestionamiento inicial.) Pero en el medio incorporé algo más: les llevé copias de un texto producido de resultas del mismo trabajo el año pasado sobre otro poema, uno que ell@s habían leído y comentado pero no analizado en profundidad (uno de e. e. cummings). Les di una cantidad de preguntas para analizar la construcción de este texto (qué diferencias y coincidencias encontraban entre las ideas que planteaba sobre el poema ese análisis y las que ell@s habían comentado en clase, qué orden temático seguía la exposición, qué características tenía el estilo en el que estaba escrito que ell@s creían tendrían que imitar en el suyo, si había algo que hubiera debido explicarse mejor para que se entendiera -hubo un interesante debate sobre el esfuerzo y la colaboración que debe poner el lector también en este trabajo). Recién después de esto se dedicaron a la escritura del propio texto.
Dos cosas importantes suelen ser motivo de interrupción de la tarea para el comentario o de observaciones y discusiones en el proceso de devolución para la reescritura: ¿qué es una conclusión? y ¿cómo se pone un título? Suelo dar para esto dos o tres indicaciones para comenzar a pensar el tema.
Sobre la conclusión, que no es conveniente que sea la mención de un dato suelto que no se supo cómo relacionar con los demás: si algo no se sabe qué lugar ocupa en el propio razonamiento, entonces, caben dos opciones: si es muy interesante, se puede desarrollar hasta encontrar tal relación; si no lo es, mejor callarlo: no es necesario decir todo lo que a uno se le ocurrió. Esto hace aparecer en la charla la cuestión de que lo totalizante que aparece un análisis bien expuesto no tiene que ver tanto con que se haya dicho todo lo que había para decir sobre el poema (cosa imposible) sino con que lo que se diga esté todo "bien atadito", y justamente este "atado" es lo que permite la ilusión de que no hay más donde meter un bocadillo (y la fuerza argumentativa de la cosa).
Sobre el título: con que no sea la descripción de la tarea escolar ("Análisis de tal poema de tal autor") ni la repetición del título del poema (¨´Preguntas"´de Juan Gelman), y con que se sientan autorizad@s a buscar el interés de sus lectores, ya hacen títulos muy buenos, por lo general.