martes, 13 de noviembre de 2007

Hamlet, Edipo y yo

Tanto Hamlet como Edipo son personajes trágicos, separados entre ellos por más de dos mil años de literatura. Y su tratamiento es muy distinto, fruto de la evolución de la idea que el hombre tiene de sí mismo, y que refleja en la literatura.

Así, mientras que Edipo es el típico héroe de la Antigüedad griega que desconoce el alcance y las consecuencias de su actuación (no sabe, por ejemplo, que ha matado a su padre y se ha casado con su madre), Hamlet conoce de primera mano qué sucede, quién lo hace y por qué.

Edipo “no sabe”, pero es que, además, cree que el destino no se puede cambiar. Este aspecto es una clara herencia de la presencia de unos dioses que trazan con mano firme el futuro de las personas, y por muchos oráculos que predigan este futuro negro y las mil maniobras que Edipo hace para zafarse de su triste sino, nada puede hacer.

Hamlet, en cambio, tiene la posibilidad de construir su propio futuro. Si mata a su tío Claudio podrá reinar, y su padre podrá descansar en paz. El problema de Hamlet es que retrasa la venganza y esconde lo que sabe. Sólo lo medio revela cuando se finge loco, pero a los locos nadie los cree, pues locos son.

De “Hamlet” se dijeron muchas cosas, y se hicieron múltiples interpretaciones. Mientras preparaba esta opinión leí hasta que se la considera un “fracaso artístico”.

También hay interpretaciones freudianas (Hamlet desea a su madre, y está celoso de su tío), pero a mí, estas teorías que tienden a justificarlo todo sobre la base de las frustraciones sexuales del personal no me terminaron de convencer nunca.

Particularmente, creo que “Hamlet” es una obra demasiado grande para buscarle una única interpretación. Puede haber tantas como personas la lean, ya que lo que en ella se tratan son los sentimientos que han movido y mueven el Mundo: odio, deseo, venganza, amor. Y cuando alguien escribe sobre eso, no puede dejar indiferente al lector ni a la lectora. Mientras escribía estas últimas líneas se me ha ocurrido que incluso se puede ver a Hamlet como un gestor del conocimiento (no olvidemos que él “sabe”), y en este sentido es casi un dios que descubre un mundo corrompido por la sangre y la ambición. Con su conocimiento él puede cambiar esta situación, pero no lo hace, pues ve que su mundo no tiene arreglo posible.

1 comentario:

Verónica Pena dijo...

El mundo en el que Edipo vive cree que el destino no se puede cambiar. No parece que sea esa la posición del mismo Edipo, que justamente comete el error conceptual de no actuar según esa premisa. El otro día, en clase, estuvimos analizando la siguiente cuestión: cómo tanto Edipo rey como Hamlet ponen en escena una tensión cultural e histórica en la voz y el cuerpo de sus personajes protagonistas. En el caso de la tragedia griega, la tensión entre la historia de la tradición mítica con ese destino divinamente establecido (léase mi ironía) y la posición política y filosófica de quien necesita ver para creer y de quien necesita escuchar todas las voces para construir la verdad, ya no una sola. Esa es la tensión del siglo V ac, el de la creación de la democracia. El tema de la tragedia griega es político, no religioso, insistiré una vez más en esto.
Luego pensamos análogamente el caso de Hamlet, obra en la que Shakespeare inventa sobre la base de una historia narrada en crónicas medievales (Historiae Danicae, Historias danesas) acerca de otro rey Amleth que se hizo el loco para vengar el asesinato de su padre por su tío, en otro caso de familia disfuncional (otra vez, ironizo). Claro que en las crónicas medievales, la leyenda cuenta que según el código propio de su tiempo, Amleth no dio vueltas y en un banquete se arregló con su tío y otros tantos cortesanos, dejando la sangre a mano. El caso es que Hamlet, el de Shakespeare, es un personaje moderno metido en un orden medieval. En el mundo medieval, el honor no es una cuestión en la que nadie pudiera "matar con la indiferencia", eligiendo una posición individual y subjetiva sobre su valoración. Era un criterio absoluto de determinación de la existencia social, sí, así: "existís o no existís" ("sos o no sos", ¿les suena?). Agredir hasta la eliminación de "alguien" podía ejecutarse sobre su propia persona, además, o sobre aquellos que le "pertenecían", los "suyos": las propiedades materiales y los afectos por igual. Así que Hamlet, un príncipe, con derecho al trono... se debate entre dos derechos: el de su padre y el suyo propio, en el orden medieval, cualquiera de las dos cosas pierde si no venga públicamente el crimen contra su padre, contra la Corona (indivisible cuestión: lo público y lo privado). Pero henos aquí con un jovencito adelantado a su tiempo: Hamlet piensa a lo Shakespeare, piensa desde la modernidad. Piensa y no actúa, busca su resolución. O actúa su pensamiento. Es decir, esta obra representa el valor del pensamiento mismo como acción. Algo pasa en esta obra y es que Hamlet piensa (en la tragedia griega algo pasa y es que en el poder se debate y se busca la verdad y se aprende a escuchar hasta el último pastor). El pensamiento es individual (no lo establece el Coro, la comunidad) y además es interno y difiere de la palabra pública e hipócrita (todo lo opuesto al discurso público, sincero y generoso que vemos hasta en los héroes más equivocados de la tragedia griega).
Así que me parece lúcido que lo veas como un gestor del conocimiento y que también lo veas bastante pesimista sobre su individualidad pensante: está muy solo, pero muy mucho. De hecho, esta es la posición moderna sobre el conocimiento: se conoce en soledad, una trágica forma de independencia.