jueves, 20 de noviembre de 2008

Días después de la última página


Los cachorros, de Mario Vargas Llosa es una novela cuya duración excede la del cuento pero a comparación de la generalidad de las novelas, es corta. Sin embargo, el plano ideológico está fuertemente representado y esto hace a la trama infinitamente compleja y rica. El conflicto de Los cachorros es, definitivamente, complicado y extenso. Aún así, está narrado de una forma breve (en cuanto a número de páginas) que invita a lector a permanecer atado a ese conflicto hasta que se convierte en propio, tal vez un tiempo después desde que se concluye la lectura.

En la obra de Vargas Llosa se identifican características del contexto burgués, el cual forma parte de los orígenes de la novela. Se destaca el individualismo, al intentar erradicarlo con el narrador colectivo y con la ausencia de un punto de vista individual. De este modo se confirma el nivel de incorporación del individualismo en las personas cuando claramente, notamos su ausencia en la escritura.

Cuellar, el personaje principal, siente el peso del progreso como una necesidad, como una obligación. Aunque el progreso lo lleve a la desgracia y no esté de acuerdo ideológicamente con lo que implica. Los debates psicológicos del personaje están presentes en cada palabra de la narración, y este desentendimiento se produce a raíz de la ausencia de un narrador específico y el rejunte de todos los posibles.

A simple vista, parece que Los cachorros tiene una mirada general de todo, pero es a partir de esa mirada general que se puede tener libre acceso a los conflictos internos de Cuellar.

Luego del despliegue de todas estas reflexiones generales acerca de la obra, me fijaré en el aspecto más provocativo que hallé en ésta. El juego con la mezcla narrativa afecta al lector a tal punto que se afecta, también, su percepción del conflicto interno del personaje al que me referiré como principal: Cuellar.

La falta de un narrador específico en Los cachorros, convierte a la obra en una tragedia.

Según Aristóteles, La tragedia es la imitación de una acción de carácter elevado y completa, dotada de cierta extensión, en un lenguaje agradable, llena de bellezas de una especie particular según sus diversas partes, imitación que ha sido hecha o lo es por personajes en acción y no por medio de una, la cual moviendo a compasión y temor, obra en el espectador la purificación propia de estos estados emotivos.

Entonces, en Los cachorros las acciones tienen un alto nivel de densidad, no así los detalles estéticos o del inconsciente. Todas estas acciones son las marcas del presente y del futuro de los personajes, son los motivos, son las causas. Tal como apunta Aristóteles en su definición, el lector se involucra como si estuviera viviendo la obra en carne viva.

Aristóteles habla de la catarsis, un proceso que implica dos momentos: uno de identificación y de sufrimiento por la acción y otro, de la liberación de ese dolor, apaciguador y placentero. En la obra hay una liberación del dolor con la muerte de Cuellar, que se le aparece como la mejor solución a la vida encrucijada, ya que adaptándose sufre y marginándose también.

Aristóteles hace hincapié en que “la tragedia no imita a los hombres, sino una acción, y la vida, la felicidad y la desgracia están en la acción y el fin de la vida es una manera de obrar, no una manera de ser”, y, justamente, los hechos que atormentan a nuestro personaje no se dan según su forma de ser, sino por las acciones que no son determinadas por él, sino impuestas por la demanda social (vista en una narración desinteresada, despersonalizada, pretende abarcar todo y no abarcar nada). No interesan en Los cachorros las personalidades particulares y únicas de los personajes. El fin de la vida de Cuellar no se da por su forma de ser, como dirían sus amigos al final de la obra “(…) pobre, decíamos en el entierro, cuánto sufrió, qué vida tuvo, pero este final es un hecho que se lo buscó”, sino que se da como una manera de obrar, una salida elegida (inconscientemente, ya que sufre un accidente durante sus etapas de ebriedad y “holgazanería”).

Si hubiese un narrador fijo y hubiera, por ende, un punto de vista muy desarrollado, no podría generarse la sensación de complicidad colectiva, de culpa, de desgarro, de remordimiento.

En la misma historia contada en Los cachorros, es evidente el peso del accionar en la realidad, ya que para pertenecer, se demuestra mediante acciones y haciendo se es. Haciendo como es esperado por la mayoría.

Con respecto a la acción y el carácter, se genera una percepción diferente entre los personajes de la novela con respecto a Cuellar y del lector. Para los amigos del personaje (y no hablo del lector, sino de Choto, Chingolo, Mañuco y Lalo), el protagonista está moralmente perdido, en un abismo, en suciedad. Es por esto que no parecen sufrir su muerte. Sin embargo, una reacción distinta se da con el lector. Éste sí pudo identificarse con el protagonista, y lo figuró ínfimo en un mundo inmenso y desmoralizante. No juzgó a Cuellar ni a quiénes lo juzgan. La sentencia es de antaño, tiene antecedentes que para mí son inalcanzables, difíciles de identificar a ciencia exacta.

Hay un hecho en la novela de Llosa al que me gustaría remitirme: la “castración”. Como indican las pautas de la tragedia de Aristóteles, este hecho (quizás el más violento de todos) no está narrado de forma explícita, ni como si estuviera pasando en aquel momento. “(…) oyó aullidos, saltos, choques, resbalones y después solo ladridos, y un montón de tiempo después, les juro (pero cuánto, decía Chingolo, ¿dos minutos? Más hermano, y Choto ¿cinco? Más, mucho más) (…) se imaginaba que eran lisuras, idiota, por la furia de su voz, los carambas, Dios mío, fueras, sapes, largo largo, la desesperación de los Hermanos, su terrible susto. Abrió la puerta y ya se lo llevaban cargando, lo vio apenas entre las sotanas negras, ¿desmayado?, sí, ¿calato, Lalo?, sí y sangrando, hermano (…)” Los personajes cuentan este hecho de “boca en boca”, y no es instantáneo, sino que se indaga sobre éste y se arma la escena luego de que la tragedia ha sucedido.

De la misma forma sucede la muerte de Yocasta: “ (…) Y, después de esto, ya no sé cómo murió; pues Edipo, dando gritos, se precipitó y, por él, no nos fue posible contemplar hasta el final el infortunio de aquélla; más bien dirigíamos la mirada hacia él mientras daba vueltas.”

En ambos casos, la esencia del hecho está, más no así el grado de obscenidad que implicaría el detalle de la acción.

El último aspecto en relación a la tragedia y la narración en Los cachorros que quisiera destacar, es la presencia del coro en la tragedia griega. Éste interrumpe la acción constantemente y obliga al lector a volver sobre los hechos y reflexionar acerca de lo que ha pasado y lo que sucederá. El juego con los tiempos verbales en la narración (varía incesantemente así como el punto de vista) nos remite todo el tiempo a lo que pasó hace un instante, a lo presente y a lo que vendrá. A la incertidumbre, al qué hacer y al sentido final del accionar en su conjunto. El coro no genera una lectura fluida, sino que pone obstáculos en la lectura para enriquecerla, y esto, en Los cachorros, se produce con la narración no ortodoxa, que obliga a detenerse en cada onomatopeya, en cada gesto, en cada mirada.

A modo de dejar en claro todas las cuestiones referidas a la “poco ortodoxa narración”, me referiré a los teóricos de Susana Reisz. (Teoría y análisis del texto literario. Bs As. Edicial. 1989). Habla de los relatos “sin narrador”, en los que el narrador deja “solo” al personaje, callándose, para que éste, y solo éste asuma la palabra. Entonces, en Los cachorros, asumen la palabra muchas voces cuyos dueños desconocemos.

También el narrador adopta la forma de “narrador exterior al mundo narrado”: “(…) ellos se miraban de reojo, Lalo se reía (…)” y la forma de “narrador interior al mundo narrado” en primera persona: “(…) Aún no fumábamos (…) estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín (…)”.

Susana Reisz menciona otros modelos del uso de personas gramaticales, pero la esencia de Los cachorros es que existe una amplia mezcla de estas numerosas posibilidades.

Por otro lado, la autora se refiere a la distancia y focalización y propone varios modelos. También en este caso, se presenta una gran mezcla de estos puntos en la novela. Por ejemplo, “un focalizador exterior al mundo narrado que sin completar los datos de la percepción con hipótesis ni valoraciones implícitas se limita a registrar, a la manera de una cámara, los comportamientos visibles y audibles de los personajes y que, por consiguiente, permanece ´ausente´ es decir, ignorante de todo lo que ocurre en sus conciencias pero efectivamente presente en su calidad de focalizador.”: “(…) un Domingo invadió la Pelouse del Hipódromo y con su Ford ffffuum embestía a la gente ffffuum que chillaba y saltaba las barreras, aterrada, ffffuum”

Es infinito el nivel de análisis al que se puede llevar la obra, principalmente por el lado de las diferencias con otras lecturas. Dejándome llevar por el aspecto de la escasez de un narrador específico, desemboqué en un terreno ya transitado: el de la tragedia. Se cual sea la lectura que haga cada vez que relea Los cachorros, creo que siempre voy a sentirme cómplice los sucesos descubiertos días después de haber pasado la última página.

Martina Mainardi

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